Morbo, tal vez, es la palabra que mejor define al sentimiento que la mayoría de nosotros experimentó cuando en 2009, Lumen editó el libro sobre la correspondencia de Gabriela Mistral, Niña Errante, Cartas a Doris Dana. Pensamos, tal vez, que podríamos destruir al mito que personalmente nos habíamos construido alrededor de la figura de la poeta chilena. O pensamos tal vez que por fin confirmaríamos los rumores sobre su relación lésbica con la escritora estadounidense. Nada más alejado de la realidad. Al leer, una a una, las cartas que Gabriela Mistral escribió durante casi diez años a quien fue durante mucho tiempo la albacea de sus bienes y de su obra, no encontramos muchas pistas que nos ayuden a saciar nuestro morbo. No hay, en el intercambio epistolar que sostuvo con Doris Dana, indicios absolutos y definitivos sobre la lesbiandad, ni sobre la supuesta maternidad, nada nos aclara sobre el sobrino al que cariñosamente llamaba Yin Yin, si era en realidad su hijo biológico o no. Hay, eso sí, suficientes elementos para especular, pero eso no es lo valioso del libro.
Más allá del debate sobre si la relación que sostuvo con Doris Dana era amorosa, amistosa o erótica, Niña Errante deja al descubierto al ser humano detrás del personaje. Nos introduce en una historia personal y cotidiana donde las protagonistas son dos mujeres de carne y hueso, rabiosamente humanas. La una, Gabriela Mistral, repetitiva, insegura y con gran proclividad al compromiso emocional. La otra, Doris Dana, distante, sociable, amable, menos obligada emocionalmente y, en palabras de la propia poeta, errante. Estamos, una vez más, en el punto en que la persona real se convierte en personaje y nos hace vivir la intensidad de las emociones, el desasosiego, la espera, la ansiedad, la incertidumbre.
Estamos ante una historia de amores reales, amores que en realidad suceden, amores que con mucha dificultad podríamos catalogar con nuestros estrechos esquemas morales. Y ése es un elemento valioso en este libro, poder acercarnos a la poeta chilena, primera mujer en ser galardonada con el Premio Nobel (1945) y que además dejó amplio legado en el sistema educativo mexicano, como un ser de carne y hueso. Eso es tal vez lo imperdonable para muchos, leer sus más íntimos pensamientos, los que le expresó a la última persona que amó en su vida, y trascender su imagen pública, trascender al símbolo, al ícono, al personaje, a la diplomática, a la maestra y quedarnos en huesitos frente a su humanidad, que es mucha y es apabulladora.
Las cartas compendiadas en Niña Errante, son y no son, a la vez, una pieza de rompecabezas en la obra mistraliana. En todo caso, más que resignificar la obra destinada a ser publicada, constituye en sí misma una obra aparte, un obra intimista por la retroinspección de Gabriela Mistral; que se puede leer bajo la lupa de la crítica feminista, por ser un conjunto de misivas; de no ficción, por tratarse de algo muy próximo a la realidad. Sin embargo, el libro donde se reúnen los últimos años de Gabriela Mistral, vistos a través de las letras que dedicaba a Doris Dana, son una aportación enorme a nuestra cultura y a nuestra sociedad. Nos presenta, como obra hecha adrede, la complejidad de las relaciones entre mujeres, pero vayamos más lejos, no es sólo la complejidad de la distancia, de los prejuicios raciales y sexuales a la que me refiero, sino en un nivel más profundo, un nivel en donde Gabriela Mistral, enamoradísima de Doris Dana, explora los vericuetos de la psicología, sociología y patología de las relaciones entre mujeres, relaciones casi imposibles de romper, casi imposibles de entender, casi imposibles de terminar.
Niña Errante es un compendio de Gabriela Mistral al desnudo. Tal vez ella misma no habría hecho nunca por publicar estas cartas, pero habría entregado su obra como se entrega a un hijo. Eso dice en su “Decálogo del artista”: “Darás tu obra como se da un hijo: restando sangre de tu corazón”. Y de la entrega de sí misma en las cartas, en los momentos en que alcanza la poesía en la cotidianidad, en el diario vivir, en los reclamos y nostalgias, no hay ninguna duda.
*Artículo publicado en 15diario.
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