Dicen que Guadalupe, muy en su ingenuidad, viajó con la esperanza de hacerse de un arma. Pensaba que conseguir una pistola en la Ciudad de México era cosa de todos los días.
El día siguiente a su llegada, la Tía Ñeña la saludó con un falso gusto, un hola Guadalupe qué te has hecho incómodo. Le ofreció algo para desayunar y al ver el silencio de boca apestosa, indagó el motivo de la visita.
--- No se preocupe, señora. Estaré poco tiempo, tal vez usted pueda ayudarme.
Wendy interrumpió. Hizo que Guadalupe se levantara y ya aparte le mentó la madre. Guadalupe se ofendió y juró estar en silencio. Wendy la tiró a león, si algo sabía hacer muy bien era aplicar la ley del hielo hasta sus últimas consecuencias, pero como la duda la consumía, firmó un pacto de no agresión, previa disculpa y promesa de llevarla a Tepito en busca del arma.
--- Es importante que vayas. Quiero darte el privilegio de escoger el modelo.
Guadalupe se había tomado en serio lo de matar a Bernardo y aunque tanta frialdad le causaba remordimiento, decidió entrar en esa cruzada personal y morir matando.
Salieron de casa un diecisiete de diciembre bajo un sol moderado. Caminaron hasta el metro y ahí afuera, Guadalupe compró un cigarro suelto. Dijo, necesitaba hacer una llamada, se apartó y consumió el cigarro apoyada en un teléfono público. Regresó con una mueca en la cara y apiró a Wendy. Era urgente acabar con todo.
--- Quiero que sepas que no importa qué, lo voy a matar. He estado pensando con detalle y me gustaría que me ayudaras con algunos aspectos de la logística. Para empezar, necesito saber dónde encontrarlo.
Wendy sonrió. Dijo algo del clima. Trajo del pasado mil recuerdos. Juzgó oportuno hablar de un güey con quien estaba saliendo y al ver la parsimonia de Guadalupe, justo antes de bajar en la estación Tepito, le dijo, así nomás, sin decir agua va, que nunca le diría dónde vivía o trabajaba o se rolaba o respiraba Bernardo.
--- Y déjame te aclaro. Ni lo hago por él, ni lo hago por ti.
Guadalupe se sintió.
--- Haz lo que quieras, de metiche no me bajes.
Las palabras se esfumaron y las dos mujeres se perdieron entre la marabunta de cabezas negras del mercado de Tepito.
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