Guadalupe colgó el auricular. Metió su guardaropa entero en una maleta y le dijo a su madre que iba al aeropuerto. Se dirigió al mostrador de Aeromexico, compró un boleto para Mexico City y a las nueve treinta de la noche aterrizó. Compró una tarjeta de teléfono y llamó a su amiga Wendy.
-- Ven por mí, te espero en los Cinnabons
Wendy llegó casi a las once de la noche- SOnrió al distingui la silueta talla once de Guadalupe y no supo si abrazarla o hacer de cuenta que se había visto ayer.
Dicen, porque eso dicen los que dicen, que Guadalupe traía un brillo en los ojos, como de alma en pena que va arrastrando cadenas. Y también dicen que Wendy, en ese momento de duda, supo que algún planeta se había alineado para unir una especie de alianza perpetua.
Subieron al metro, porque Weny no tenía coche. Subieron a la línea amarilla. Iban a la colonia Del Valle y eso, en la mente de Guadalupe, sonaba como ruido no significante, como archivo nuevo en la memoria.
Hicieron correspondencia en la estación La Raza. Recorrieron el túnel de la ciencia para tomar la línea verde. Guadalupe cortó el silencio.
-- El túnel es un distractor. Querían ahorrarse una estación y para que no se notara pusieron un museo, para entretener a la gente y que no note que este pasillo es interminable.
Wendy sonrió, pero el incómodo silencio se instaló luego del comentario. Poca gente había en la línea verde. En el vagón iba un hombre con una bata del Seguro Social, una pareja de adolescentes, un hombre común y corriente evadido en el sonido de sus audífonos y un señor apestoso que bien podría andar ido de tanto chemo o thiner o vaya uno a saber.
Cuando bajaron en la estación Eugenia, Wendy no aguantó más la situación.
--- ¿Se puede saber a qué chingados viniste?
Guadalupe sonrió y como quien dice vengo de visita, esta ciudad me encanta, dijo con la determinación del mundo: vengo a matar al pendejo de Bernardo.
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