En la década de los 50 el proyecto conjunto entre el gobierno y el gremio actoral estaba llegando a la cúspide para empezar a descender de forma paulatina. En este momento de la cinematografía nacional cuando la estética de los charros y los paisajes y las cabareteras y los revolucionarios habían encontrado su sitio, Luis Buñuel filma una película que causó escozor en el ambiente cinematográfico de México: Los Olvidados. Parte de la polémica de esta película radica en el hecho de que viene a poner en el panorama una de las realidades nacionales: la marginalidad.
Ya antes Ismael Rodríguez con la trilogía de Nosotros los Pobres había recurrido a la marginalidad como tema, sin embargo, Buñuel no atendió ni la estructura del melodrama que la mayoría de las películas mexicanas adoptaban de Hollywood ni la idea de crear una identidad nacional que tenían cineastas como el Indio Fernández. Esto cayó como balde de agua fría tanto entre los actores y directores como en el público. Y resulta entendible cuando después de poco más de una década los mexicanos habían puesto empeño en construir literalmente un mundo de película ignorando las otras realidades que convivían en el espacio urbano y en la conjunción de lo urbano con lo rural (en la película esta conjunción se manifiesta en la granja urbana donde pasan la noche algunos de “los olvidados” y en la historia del Ojitos).
Romper de una forma tan brusca con todo el imaginario nacional que habían construido los forjadores del cine nacional fue un riesgo que al director español le valió el reconocimiento en el extranjero, primero, porque en México, cuentan los testigos, el mismísimo Jorge Negrete, líder sindical de los actores en ese tiempo, reclamó públicamente (incluso declaró que esa película no se hubiera firmado si él hubiera estado en el país) que Los Olvidados no retrataba en nada lo que era (el concepto de) México y el ardor del Charro Cantor llegó a tal extremo que pidió le fuera revocada la ciudadanía mexicana que Buñuel había adquirido en 1949.
Ya antes Ismael Rodríguez con la trilogía de Nosotros los Pobres había recurrido a la marginalidad como tema, sin embargo, Buñuel no atendió ni la estructura del melodrama que la mayoría de las películas mexicanas adoptaban de Hollywood ni la idea de crear una identidad nacional que tenían cineastas como el Indio Fernández. Esto cayó como balde de agua fría tanto entre los actores y directores como en el público. Y resulta entendible cuando después de poco más de una década los mexicanos habían puesto empeño en construir literalmente un mundo de película ignorando las otras realidades que convivían en el espacio urbano y en la conjunción de lo urbano con lo rural (en la película esta conjunción se manifiesta en la granja urbana donde pasan la noche algunos de “los olvidados” y en la historia del Ojitos).
Romper de una forma tan brusca con todo el imaginario nacional que habían construido los forjadores del cine nacional fue un riesgo que al director español le valió el reconocimiento en el extranjero, primero, porque en México, cuentan los testigos, el mismísimo Jorge Negrete, líder sindical de los actores en ese tiempo, reclamó públicamente (incluso declaró que esa película no se hubiera firmado si él hubiera estado en el país) que Los Olvidados no retrataba en nada lo que era (el concepto de) México y el ardor del Charro Cantor llegó a tal extremo que pidió le fuera revocada la ciudadanía mexicana que Buñuel había adquirido en 1949.
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